viernes, 29 de agosto de 2014

La noche en el reino de las encinas de allende Iberia

Sí, creedme, hermanos,
miedo dan tan negras ellas,
las obstinadas encinas,
con sus oscuras siluetas
de retuertas figuras,
cual seres de ultratumba
en el denso aire gris
de un nuevo atardecer
de allende Iberia.

Sus sombras ya no son sombras,
se disuelven, se difuminan
en la negritud creciente
del reino de la luna
en la tierra extrema 
de la dehesa dura
del edénico averno
de allende Iberia.


Su silencio estremece
el alma atormentada
de los espíritus vagantes,
tantos, tantísimos, tantos
que moran para siempre
cual castigo eterno,
penando por sus pecados
en los pedregales
de allende Iberia.

Almas sin cuerpo,
carne de brisa gélida
de los ancestros,
que buscan con desespero
de la paz el sosiego
en la inmensidad
de aquel vasto encinar,
sobrio mundo de la avutarda
de allende Iberia.


Inspiro el denso aroma
de las encinas la madera.
Escucho el silencio 
contundente de las tinieblas,
de la noche de los grillos,
de los búhos, de las lechuzas,
de los gusanos de luz,
del anciano paraíso
de allende Iberia.

Interminable noche,
reina luna, lunera, luna
que atormentas con tu largura
de pena, el penar penoso
de los espíritus de las abuelas
de las encinas de sus entrañas,
colosos viejos
de las dehesas
de allende Iberia.

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